Algunos padres o/y madres con mucha frecuencia estamos en estado constante de enfado. Intentamos mediante el enfado conseguir nuestros objetivos. En muchas ocasiones llegamos a este continuo estado de enojo de manera automática, sin darnos ni cuenta. Este constante negativismo lo manifestamos principalmente con las personas con las que convivimos y a las que tenemos la obligación de educar hacia la felicidad; nuestros hijos.
Todo ello hace que mandemos a nuestros hijos continuos mensajes de reproche redundando casi exclusivamente en lo negativo, en lo que no hacen bien. Esta situación provoca dos consecuencias; por un lado para nosotros el estar continuamente señalando lo negativo y enfadados, nos hace sentir mal y muy “quemados”, esta situación mina significativamente nuestra autoestima, y por otro quizás más importante hace que eduquemos a nuestros hijos ineficazmente y que aprendan un modelo de actuar negativo. Está comprobado que el nerviosismo, los insultos, los mensajes siempre remarcando lo inadecuado, producen desorientación no sirven para modificar el comportamiento.
Una de las cosas que suele ocurrir, cuando uno como padre/madre se da cuenta intuitivamente que el enfado no es el camino es intentar “aguantar” lo que yo suelo llamar “la olla a presión pero sin válvula de escape”. Se acaba explotando y hacemos lo que “sabemos hacer, lo que nos sale más fácil” y no queríamos: Gritar, mostrar comportamientos agresivos, utilizar improperios… Después de esta tormenta de cólera nos sentiremos muy frustrados y nos sentiremos muy mal. Otra de las cosas que nos puede ocurrir es que si no nos enfadamos nuestros hijos no hacen aquello que les proponemos, no nos toman en serio, obedecen y al final resulta que es nuestra única forma de tener autoridad ante nuestros hijos. Esto nos hace que nuestro único modo de interactuar con nuestros hijos sea el constante enfado.
Lo malo de todo esto es que “la dosis de enojo” tiene que ser cada vez mayor para que sea eficaz. No nos respetan si no nos ven que nos salimos de nuestras casillas. A final esto acaba siendo peligroso para nuestra salud mental y para la de nuestros hijos. No olvidéis que como padres somos modelo de conducta y que nuestros hijos acabaran haciendo e imitando aquello que hacemos con ellos.
Por otra parte con todo lo leído hasta ahora tampoco quiero decir que vivamos siempre sin enfados, esto a la vez de imposible es irreal. Digamos que el enfado forma parte natural de las emociones del ser humano. Debemos enseñar a nuestros hijos que deben aprender a manejar sus enfados y los de los demás. A veces es la mejor solución ante situaciones como por ejemplo poner en peligro la integridad física de un hermano; cuando se es irrespetuoso con los sentimientos de los demás; o cuando tu hijo se niega a seguir las decisiones de la familia respecto a cuestiones importantes.
Ha existido en los últimos tiempos una tendencia a pensar que era malo enfadarse y que podía traumatizar a los niños. Esto ha provocado que hoy día haya muchos padres/madres piensen que no deben nunca mostrar enfado. Esto provoca que cuando se da una situación “en que el padre o madre llega a ponerse muy enfadado, y explotaría de buena gana” no lo hace, y se muestra ante su hij@s con una sonrisa irónica o burlona que no hace más que confundir, no hay una correlación entre lo verbal y no verbal… el resultado es más negativo si cabe. También tendríamos que evitar aquellas situaciones que como padres no conseguimos controlar, decimos y hacemos aquello que no sentimos… de lo que nos arrepentiremos más tarde. Cuando explota la “olla a presión” siempre lo hará de manera inadecuada en el peor momento y toda la razón que tengamos en el contenido la perderemos con las formas. Es ineficaz, nos hará sentirnos mal y nuestros hijos aprenderán de nosotros que las situaciones se solucionan a partir de gritos e improperios… “explotando”.
Nuestros hijos en su desarrollo como personas tendrán múltiples momentos en los que nos pondrán a prueba, por ello tenemos que elegir muy bien nuestros enfados para aquellas cosas verdaderamente significativas. Hay que ganar la guerra aunque perdamos alguna batalla. Dosificarse bien hacia aquellas batallas importantes, no podemos estar continuamente entrando al trapo de todas las batallas.
Todo aquello que se hace con mucha frecuencia y sin discriminar pierde efectividad. Si estamos continuamente enfadados deja de tener valor no es algo extraordinario y por tanto no es significativo para nuestros hijos. Y lo peor de todo ello es que le lanzamos el mensaje que no es por su comportamiento sino porque es nuestro estado constante, esto no ayudará en el cambio de comportamientos inadecuados.
Si después de lo leído hasta ahora te propones dejar el enfado continuo, te propongo que cuando surja una situación con tus hij@s que te provoque enojo intenta reflexionar y pregúntate si es esa situación significativa para enfadarnos. Otro método muy habitual y conocido, podrían ayudarte para comenzar el cambio.
El estar enfadados con nuestros hij@s nos puede llegar a consumir mucha energía que nos vendrá muy bien para enfocarla hacia prestar atención a los comportamientos positivos que seguro tienen y nos pasan inadvertidos. Ahí es donde os aconsejo que centréis vuestra atención.
Si como dije anteriormente hay momentos en los que es preciso enfadarnos te recomiendo sigas estas dos pautas claves para hacerlo adecuada y eficazmente:
- Cuando te enfades expresa que lo haces hacia el comportamiento del niño no hacia el propio niño. No etiquetes o descalifiques a tu hijo, describe el comportamiento inadecuado y como debería hacerlo bien.
- No dar la charla, reiterar contenido una y otra vez. Mensaje claro y corto. Trata de decir lo que tiene que ser. Las regañinas que duran más de un minuto no son efectivas, porque los niños desconectan a partir de ese tiempo.
Hoy en día sabemos por múltiples investigaciones en psicología que el carácter agresivo y violento que puede aparecer en nuestros hij@s tiene varios factores que lo producen. Una muy significativa es la exposición a la violencia en el seno de la familia.
Es importante que tengáis en cuenta que hay que intentar con nuestros hijos no reaccionar de forma muy enérgica ante problemas de poca importancia. Considerar por último y para concluir que como dije anteriormente que sois el modelo de conducta a imitar por vuestros hijos. Y no olvidar que “la palabra convence, el ejemplo arrastra”.
Autor: Miguel Ángel Rizaldos Lamoca
Psicólogo Clínico en Rizaldos Psicología Clínica online
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